Paseando el otro día por una céntrica calle, de repente mi vista se quedó enganchada en una pintada que había en la pared de una conocida tienda de moda. Estaba hecha con mucho arte. Tenía un no sé qué muy especial que llamaría la atención de todo el que pasara por allí. Era eso que conocemos como un graffiti hecho con un spray.
La pintada, hecha con un fluorescente color amarillo-verdoso, decía: «Sandra, te quiero» Me alejé de allí pensando en lo que pensaría aquella jovencita cuando se viera aludida en la peculiar declaración de amor. Así publicada, una jovencita se tiene que sentir muy importante... ¡o muy avergonzada!
Y pensando, pensando... también pensé en lo que pensó el dueño de aquella tienda cuando viera cómo le habían puesto la fachada.
Mis pensamientos volaron luego hacia atrás, muy atrás; para caer en la cuenta de lo que ha evolucionado en pocos años el fenómeno de la pintada callejera. Aquellas pintadas de «No pasarán» / «Por el imperio hacia Dios» / «Rojos al paredón» / «Vivan los quintos del 65»; «Seamos realistas, pidamos lo imposible»; «Contra Franco vivíamos mejor» / «España entera y una sola bandera».
Al lado de las pintadas, también surgían las contra-pintadas. Recuerdo aquellos años traviesos de la transición española, en donde una mañana apareció la pintada «Vamos a matar al cerdo de Carrillo» y la firmaba un conocido grupo fascista. No faltó el creativo anónimo que con su contra-pintada, dio un vuelco gracioso al dramatismo original, pues debajo de aquella pintada escribió: «¡Cuidado, Santiago! Te quieren matar al cerdo».
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